Al día siguiente volví a la misma biblioteca y el hombre de cara agría ahí estaba, leyendo y haciendo ruidos guturales . Cuando conseguía enfrascarme en un artículo, tosía su vida por la boca. En ese momento pensé "tanto que te enseñó tu puta madre y te podías tapar la boquita con la mano que estás regando el suelo de escupitajos, hijo de puta ". Seguí allí un par de horas y cuando más enfrascado estaba leyendo una entrevista, al susodicho le sonó el móvil . Sonó durante un rato hasta que el hombre que tenía autoridad moral para inculcar lecciones a los demás, decidió coger el móvil y ponerse a discutir con su hermano sobre unas tierras a gritos intercalándolos con quejidos en forma de bronquitis . La mayoría de las personas le miraban con miradas asesinas pero ninguno se creyó con la autoridad moral de decirle nada y esperamos pacientemente que aquél pobre diablo terminará de hablar con su hermano.
Me viene esto a la memoria porque estando ayer en otra biblioteca pública, mientras que un hombre que tecleaba por el móvil y sonreía mientras sonaba la música del Whatt App, me puse a pensar en ese pobre diablo . Durante este último año y medio cuando he acudido a la biblioteca nunca más se me ha olvidado dejar un periódico en su sitio, es más alguna vez he pecado de machaca o de cívico como usted quiera llamarlo, poniendo en orden montañas y montañas que otros lectores despistados, como yo en su día, se habían dejado acumulado al lado de su asiento.
Así que ese pobre infeliz al que no volví a ver más me enseñó sin querer una valiosa lección de civismo.